¿Por qué alquilamos aquella vieja casa?

¿Por qué alquilamos aquella vieja casa?

El olor rancio penetra todavía en mis pesadillas. No ha muerto.

Cariño, la casa es vieja pero está llena de posibilidades me decías. La escalera japonesa llevaba desde el salón a la segunda planta. Para no tropezar era preciso dar el primer paso con el pie izquierdo. Cuidado con la cabeza. En la pequeña sala un escritorio antiguo permanecía cerrado con llave. Esteban, el dueño, nunca quiso decirnos que se escondía en aquel mueble carcomido y de madera seca que algún día se convertiría en polvo.

El jardín escondía lugares misterios que al anochecer se cubrían bajo la espesa niebla. Sólo los gatos se atrevían a deslizar su sombra por los tejados. A veces se oía el  grito mudo de los árboles.

Todo ocurrió en una noche. Apenas tuve tiempo de despertar de otra pesadilla cuando tu rostro apareció ante mí pálido y te acurrucaste en  mi regazo. La he visto. No vayas a habitación de la chimenea.

Un largo pasillo comunicaba con la otra ala  de la casa, un sendero empedrado llevaba al pequeño cobertizo. Al principio pensamos en reformar la habitación para organizar pequeñas fiestas con amigos. Poco después abandonamos la idea. No vayas allí, la he visto.

Bajé la escalera metálica, mis dedos acariciaron el óxido. En otro tiempo allí empezaba la fábrica. El olor a sudor penetró en mis pensamientos. Me acerqué un poco más y casi pude sentir el azote de las sombras en mi rostro. No sigas, está allí.

Abrí la puerta. Ella me miró desde otro tiempo. La anciana pintaba las paredes de la casa con su propia sangre. Intenté tocarla y desapareció en un alarido que se transformó en pájaros negros.

No entres.

 

 

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