Lo barato no es sano

Tal vez sea la propia simplicidad del asunto lo que nos conduce al error”

Edgar Allan Poe

Creo estar muerto. Toda mi familia y amigos al verme llegan a la misma conclusión. Gregorio estás amarillo y sin dientes. 

Todo acabó la semana pasada cuando acudí a la clínica dental Mentident. Implantes dentales a 4€ y grandes descuentos en ortodoncia visible, prótesis fijas y férulas transparentes. La culpa fue de mi prima Gertru y de sus consejos de fin semana.

—¡No seas escarabajo Gregorio! Te ofrecen opción sin anestesia a un 70% de descuento. Esa fue la última decisión de mi pobre Bertrán. 

Leí con atención el folleto publicitario. Mentident le garantiza que olvidará sus dientes para siempre.Si busca un dentista barato y no le importa la calidad le aseguramos el mejor servicio. Ver a  mi prima ponerse la dentadura de su difunto marido me terminó de convencer. Aquella herencia acabó con su periodontitis y así pudo volver a comer mariscadas.

Mentident estaba dentro del antiguo cementerio. Caminé entre las tumbas y el grajeo de los cuervos. Nunca más. Escondida entre los cipreses, una casa con letras luminosas, rosas y con la foto de un vampiro daban la bienvenida a sus pacientes. Entre aquí y sonría para toda la eternidad.  

Al cruzar la puerta de bronce me encontré en un largo pasillo poco iluminado. Lo primero que me impactó fue el intenso olor a sangre mezclado con aroma de café. Aceleré el paso cuando oí el chillido de algunas ratas y llegué a un lugar lleno de esqueletos que debía ser la sala de espera.

La puerta de la consulta se abrió y apareció el Doctor Mellado con su sierra eléctrica. 

—Bienvenido a Mentident. Disculpe el desorden, pero compagino las chapucillas de la madera con las chapucillas dentales.— dijo aquel señor encorvado y con bata blanca repleta de manchas de sangre. Algunas astillas volaban de sus dientes oscuros.

—Le estoy haciendo una caseta de perro a mi cuñado.

Aquello no me dio demasiada confianza, pero con tal de conseguir un dentista barato estaba dispuesto a todo. Seguí al doctor hasta la silla eléctrica. De una caja de herramientas sacó una sierra radial, una grapadora y una aguja. 

—¿Eso está esterilizado?— pregunté preocupado.

—Eso no entra en el presupuesto.

El rostro de aquel loco se transformó rápidamente. Me puso en la mano un boli y me obligó a firmar mi parte provisional de defunción y a rellenar la encuesta de satisfacción. Lo barato no es sano.

—He cambiado de opinión. ¡Me quiero ir!

Aquellas fueron mis últimas palabras. El Doctor Mellado me ató de pies y manos a la silla. Ya no podía escapar.

—Usted no irá a ninguna parte. ¿Quería un dentista barato? Pues ahora pagará las consecuencias. Su terrorífica carcajada resonó en todo el cementerio. 

No podía hablar. Aquel loco me había metido un gato hidráulico en la boca y creo que se me desencajó la mandíbula. Los alicates arrancaron uno a uno mis dientes y todo fue oscuridad. 

No sé cuándo me mató, pero ya no respiro.

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